Miguel Alejandro
Un Demiurgo
(…) para fundar lo verosímil y alegórico en una pintura es necesaria una motivación real.
Miguel Alejandro
Miguel Alejandro es una especie de demiurgo. Él ha generado un pequeño universo de seres que pertenecen a ciertas leyendas, mitos o simplemente historias que se entrecruzan, fábulas que se reescriben, héroes y dioses de la Grecia antigua que son ilustrados desde cierto extrañamiento, cuentos de hadas y momentos literarios que refieren una novela o época.
Es remarcable que los juegos intertextuales de Miguel se inicien en la apropiación de estos referentes, superponiéndolos a manera de capas y logrando a su vez un desprendimiento y una intertransferencia de los elementos, que los convierte por momentos en entes totalmente desconocidos.
Podría afirmarse que él mismo ha generado sus mitos y su literatura y no entra en el terreno de las fabulaciones delirantes o a destiempo para un creador del panorama artístico contemporáneo, pues existe en sus quiméricos territorios una conexión alusiva que parte de una mixturización y a su vez revalorización de esos textos, imágenes o símbolos iniciadores de cierta tradición cultural.
En verdad sus personajes pueden emparentarse con los centauros de Tesalea, sus cisnes con cuentos de Andersen o híbridos con cuerpo de mujer y brazos de medusa sentados en un típico café parisino o de cualquier ciudad europea de mediados del siglo veinte con relatos de una realidad paralela.
Cada capa de color se entreteje con otra para generar desconcertantes veladuras, texturas y fondos desde la que por momentos se descubren nuevos rostros, activando así un juego de apariencias, de entes y extrañas presencias agazapados como en la sombras o mutando hacia una corporeidad innombrable en esa confluencia de colorido y luz.
Quien a estos cuadros se acerca, debe tener la paciencia del que revisa un catálogo de héroes ancestrales, una enciclopedia que describe un mundo oculto para el común de los paseantes o la quietud del espectador que en medio de la oscuridad va definiendo rostros y torsos después de la ceguera momentánea.
Para Miguel, el hecho de pintar, no significó sumarse a un camino ya iniciado o apenarse frente a sus contemporáneos, después de aquella ola de nueva pintura que se instituyó como respuesta en las artes plásticas de la isla a toda una praxis artística que generaba sentido desde su vínculo con la vida social y política. Èl se refugió en ese gusto por mezclar tonos sobre el lienzo y fue generando un pequeño universo paralelo, con escasos precedentes en el panorama contemporáneo.
Su serie, Impulso Apolinéo, de una extensión casi infinita tuvo el carácter de un ejercicio de clases y consistió en pintar manzanas haciendo uso de estilos pictóricos y paradigmas de representación que han tenido su desarrollo dentro del arte occidental. Pero su tránsito no era un ejercicio frío en el dominio de una técnica, sino que nacía de un gesto de reclusión, donde su Modelo, la imagen en una caja de jugos de manzanas, fue su pauta principal y el vínculo (null) sentimental para alcanzar diferentes estados subjetivos y desplazarse entre disímiles pautas representacionales.
De ese ensimismamiento surgió un dominio mágico del medio, pero también un proceso de decantación en el que hizo suyas un espectro de técnicas pictóricas que se mueven en un amplio registro entre lo académico y la vanguardia. En Miguel una vez más el tema recobra su preponderancia. El hizo un tránsito de retroceso a todo lo que fue una tradición, un proceso desconstructivo y desacralizador de un ideal de la realidad, para hacer suyo aquello de lo que los abstraccionistas pretendieron distanciarse: el referente.
Si durante siglos los pasajes bíblicos y mitológicos constituyeron asideros temáticos dentro de la tradición artística occidental y vieron su decaída con la llegada de la modernidad como proceso cultural, hay en Miguel esa necesidad de narrar mediante la imagen planimétrica. Otros de sus contemporáneos hubieran elegido la imagen tiempo, pero para él es la imagen estática y su capacidad de síntesis, el modo de sugerir sucesos e historias que el espectador debe desentrañar en su ejercicio perceptivo. Hay en él esa certidumbre de bardo que reúne a sus oyentes en torno al fuego.
Si hubiera que arriesgarse a ubicar a Miguel en cierta generación o dentro de cierto grupo, digamos que pertenece a ese de los que no pueden prescindir de lo literario como punto de partida para otras derivaciones. Se da en ellos un afán lírico, cierto onirismo e intimísimo que para nada puede ser emparentado con la apatía frente a un estado de cosas, aunque pudiera ser el resultado de ella.
En un inicio cada serie venía precedida de una narración de carácter alegórico. Historias cortas de una fuerte carga simbólica y que transcurren como visiones. Aquello que Miguel registra en sus cuadros es cierto estado de un momento clímax dentro de esas historias, el punto más alto, no sólo por su importancia dentro de lo narrado, sino por la intensidad de sus connotaciones.
No obstante en algunas series, trata Miguel de ilustrar esas escenas a modo de secuencias. Estas se van completando y se entrelazan con otras durante ciertos periodos creativos, generando así esos Mundos o espacios paralelos. En cada muestra Miguel ha logrado otorgar un rol protagónico a cada uno de sus personajes, los va sacando de esas sombras a las que estuvieron recluidos en otros cuadros, en otras historias, articulando así un ciclo mayor, un nuevo y vasto terreno de posibilidades para la creación narrativa.
By Andrés Alvarez